por Sebastián Puglisi
En los últimos años, asistimos a encuentros en foros educativos en los que se debate extensamente acerca de la escuela que viene, la escuela necesaria, la escuela deseable, la escuela del futuro.
Se tejen debates que parecen, por un lado, hacer eje en una institución educativa que está muy lejos de la que tenemos, o por otro, pareciera que se circunscriben a ámbitos que, cuanto menos se muestran alejados de la realidad de la mayoría de las escuelas públicas de nuestro país.
Lo explico: se habla de robotización, de la necesaria renovación de la arquitectura escolar, de la nueva disposición espacial de las aulas, de la posibilidad de aprendizaje y enseñanza basada en proyectos, del uso de las herramientas informáticas, entre otros temas. Temas que, a todas luces, son interesantes, complejos, desafiantes, pero que distan y mucho de la preocupación cotidiana que atraviesa la escuela pública.
Pareciera que esa realidad de escuela “siglo XXI”, podría darse en aquellas instituciones que tienen sus problemas básicos resueltos: calefacción, vidrios, baños en condiciones, material didáctico, profesores capacitados, familias que acompañan, etc. Claro que siempre hay contra ejemplos donde todas estas cosas ya están ocurriendo, pero el grueso de las escuelas públicas aún tiene algunas necesidades sin resolver, que hacen que esté muy lejos, la llegada de las propuestas de mejora y actualización.
Y si hablamos del pago chico, de nuestra ciudad de Mar del Plata, podríamos decir sin temor a equivocarnos que el grueso de las escuelas de nuestra ciudad, aún están muy lejos de poder acceder a planes de mejora estructurales, en el que se resuelva el problema de fondo: que los chicos y chicas aprendan lo suficiente para proseguir estudios superiores o para acceder a una ciudadanía plena y al mundo del trabajo.
Las problemáticas son múltiples: docentes poco formados o sin interés en que la escuela cambie, infraestructura obsoleta y sin mantenimiento, estudiantes que no tienen acompañamiento familiar, salarios insuficientes, familias que no consideran importante la asistencia diaria y regular de sus hijos a la escuela provocando abandono, entre otras tantas que no alcanzarían varias hojas para detallar.
Si analizamos algunas cifras, veremos que son elocuentes: mientras la ley de educación nacional establece que la escolaridad es obligatoria en la provincia de buenos aires desde la segunda sección del jardín de infantes (sala de 4 años) hasta la finalización de los estudios secundarios, a los 18 años, observamos con preocupación que la mitad de los chicos y chicas que inician el nivel medio de enseñanza, no lo terminan. El 50% de los adolescentes que comienzan el secundario en una escuela pública , abandona su escolaridad obligatoria. El porcentaje de deserción en la escuela privada, contrariamente a lo que ocurre en la escuela pública, es muy bajo.
Obviamente que no podemos dejar de estar de acuerdo en cuestiones básicas. Claramente queremos una escuela acorde a las demandas del siglo XXI. El gran desafío está en lograrlo en todas las escuelas y no solamente en un grupo de ellas. El trabajo que tenemos por delante será el de proponer una escuela pública que pueda “hacerse cargo” de plantarse en el nuevo siglo, más allá de los impedimentos. Más allá de las dificultades.
Se han multiplicado las demandas al sistema educativo, pero no nos hemos detenido a revisar algunos problemas, sobre los que es inminente intervenir. Desde abajo y desde arriba. Desde el aula y desde los órganos de decisión del estado.
El gran desafío que tenemos por delante es trabajar por la escuela de este siglo, teniendo en cuenta lo mucho que aún queda por hacer en gran cantidad de establecimientos educativos.
El gran desafío es trabajar en un diseño de plan integral que abarque lo pedagógico, para que los alumnos aprendan más y mejor, la capacitación y actualización de los docentes, lo administrativo del sistema, la cuestión edilicia y de la falta o escasez insumos necesarios.
Algunos temas habrá que revisarlos: no se puede pensar en un plan de informatización y de uso de nuevas tecnologías en el aula, si no hay capacidad instalada. No puedo presuponer que los chicos y chicas de todas las escuelas lleguen al aula con un teléfono inteligente. No pasa en todas las escuelas.
No se puede pensar en un docente que promueva el aprendizaje y la enseñanza basada en proyectos sin comprender que este tipo de trabajo implica formación y actualización de los docentes. Como tampoco se puede creer que la sola administración de un sólo examen estandarizado puede dar datos certeros de las necesidades de las instituciones educativas.
Es el momento de trabajar integralmente. Hay que poner manos a la obra. Será un trabajo a mediano plazo, pero hay que comenzar cuanto antes.
Es inaceptable que algunos chicos y chicas que asisten a la escuela primaria, lleguen a su último año con serios problemas en lecto escritura y cálculo. Todos deben terminar su escolaridad primaria leyendo, escribiendo, calculando, comprendiendo textos críticamente, formado artística y deportivamente.
Insisto: no quiero olvidarme de la escuela que quiero, pero debo mejorar y mucho la que tengo. Caso contrario seguiremos profundizando diferencias. Necesitamos imperiosamente que la escuela recupere, como lugar central, el espacio de enseñanza de los docentes y de aprendizaje de los estudiantes.
Dejemos de dar vueltas: más allá de las excepciones existentes, los mejores formados (si es que así podemos llamarlos a aquellos que luego tienen mejores rendimientos en estudios superiores) egresan de las escuelas privadas.
Por mil motivos. Muchos de esos motivos ni siquiera tienen que ver con el sistema educativo. Algunos tienen que ver con cuestiones de desigualdad de acceso a derechos. Reitero: mil motivos. Pero permítanme que me ocupe del estrictamente pedagógico en esta columna. Y esto es lo que no puede ni debe seguir pasando. Debemos egresar jóvenes con los mismos niveles de formación en la escuela pública y en la privada. Debemos egresar jóvenes con competencias para el mundo del trabajo, pero también con formación ética, cívica, artística, científica, deportiva, tecnológica que les permita el desarrollo personal y profesional pero que también les permita vivir en sociedad.
Sostener la escuela pública implica, entre otras cosas, sostener la idea de recuperarla como el espacio de aprendizaje por excelencia. Donde los docentes puedan enseñar y los estudiantes puedan aprender y que se vivan como actividades centrales tanto la enseñanza como el aprendizaje.
Si trabajamos en la elaboración de un plan integral que establezca criterios de mejora en paralelo para distintos aspectos: pedagógicos, edilicios, de actualización docente, entre otros, tal vez podamos pensar en una escuela que pueda parecerse a la deseada. No hay tiempo que perder.
(*): Ex secretario de Educación Municipal.